La manera en la cual una persona se siente cada día puede influir en la apariencia que tiene la piel.
Los estados de ánimo son capaces de afectar al funcionamiento del resto de órganos; a los procesos circulatorios; al sistema nervioso; a los factores hormonales, etc.
Dentro de estos estados, el estrés es el que más afecta a nuestra piel. Cuando en algún periodo de tiempo estamos sometidos a mucha presión, la piel se puede enrojecer debido a que existe un mayor flujo de circulación sanguínea y adquiere un tono rojizo, sobre todo en la zona de los pómulos.
Los síntomas más habituales son enrojecimiento, picor, incluso urticarias, pero también puede desencadenar acné e incluso distintos tipos de dermatitis u otras enfermedades como la psoriasis.
Tampoco podemos pasar por alto que las hormonas aceleran la descomposición del colágeno y la elastina. Esto favorece la aparición prematura de envejecimiento cutáneo en forma de arrugas y pérdida de firmeza.
Para rematar todo este repertorio de inconvenientes derivados del estrés debemos mencionar la falta de sueño. Así, un descanso incorrecto desencadena una piel apagada, además de inflamación en el contorno de los ojos, bolsas y ojeras que envejecen nuestra mirada.
Para mantener un estado óptimo en nuestra piel os recomendamos, una vez más, tomaros la vida con más calma y practicar el pensamiento positivo ante los obstáculos del día y día.